Cómo unas nueces mal servidas consiguieron una pena de cárcel y consternaron a toda la sociedad coreana

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¿Puede una bolsa de nueces de macadamia hacerte perder el trabajo? ¿Mandarte a la cárcel? ¿Cambiar para siempre la opinión pública? La respuesta es afirmativa en los tres casos. Bienvenido al Nutgate.

5 de diciembre de 2014, aeropuerto internacional de John F. Kennedy, en Nueva York. El vuelo 86 de la aerolínea Korean Air con destino a Seúl se encuentra en la pista de despegue, a punto de poner en marcha sus motores. Los de primera clase acaban de recibir un snack gratuito, una bolsita de nueces de macadamia. De pronto una pasajera amonesta a la azafata que le ha servido. Considera de mal gusto que les hayan entregado las bolsas de las nueces en lugar de ponerlas delicadamente en un bol de cerámica. 

La mujer hace llamar al responsable del personal de cabina por lo sucedido, y el propio encargado no sabe qué responder a la mujer: hasta donde él sabe, la empleada ha seguido correctamente los protocolos (revisiones del caso a posteriori determinarían que había actuado de forma correcta).

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Deseadas, peligrosas.

La clienta, como descubrirán en ese momento los trabajadores, era Cho Hyun-ah, vicepresidenta de la aerolínea, ejecutiva con multitud de cargos dentro de Korean Air y, por último y no menos importante, la hija del jefe. Sin saberlo, habían metido la pata hasta el fondo tratando como una pasajera más a quien no lo era. Tras una confrontación acalorada, los testigos oculares que presenciaron el incidente cuentan que la ejecutiva tiró las nueces al suelo, mandó arrodillarse al encargado y empezó a golpearle en los nudillos de sus manos con una tablet, una acción que con toda seguridad produjo algo de dolor físico e indecible en lo emocional.

Dio lo mismo que el trabajador se humillase y pidiese perdón, Cho ordenó al jefe de la tripulación de cabina que hiciese regresar al avión a la puerta de embarque para echar al dúo que la había agraviado, una petición que suponía una infracción de la seguridad aérea, un retraso innecesario en su vuelo y el inicio en cascada de diversos problemas en la movilidad de otros vuelos. El piloto aceptó y los empleados fueron expulsados del vehículo.

Por un momento, parecía que todo el asunto quedaría enterrado como otro más de esos despidos a todas luces injustos tan comunes en los entornos dominados por el nepotismo. Los despedidos acordaron inicialmente con los responsables de Korean Air que se abstendrían de hacer declaraciones públicas a los funcionarios que estudiasen el caso.

La venganza de los vasallos

Pero no habría habido Nutgate si todo hubiese terminado aquí. La azafata Kim Do-hee y el encargado Park Chang-jin descubrieron que Cho, no contenta con lo que les había hecho, había empezado a difundir el rumor de que el despido se debió a una sórdida relación amorosa que había entre ambos. Hicieron una denuncia formal ante la ley, pero el Ministerio aceptó que la investigación interna la hicieran dos ex empleados de Korean Air. De nuevo, los protagonistas de la historia se salieron del guion: a pesar de que se la había amenazado con que se mantuviese al margen y no hiciese ruido, pese a que se trataba de un acto de sabotaje con respecto a su futuro laboral en un país en el que la conformidad y resignación del empleado es casi ley, Kim Do-hee fue a contar lo sucedido a los medios. Dio comienzo la gozadera.

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Hace ya casi seis años de esta aventura. Por eso sabemos que el resultado del evento fue el triunfo de las víctimas. Que, por primera vez y para variar, pagaron los pecadores y no los justos. En febrero de 2015 Cho recibió una condena a cárcel de un año por la vía penal por obstrucción de la seguridad aérea del aeropuerto norteamericano, de la que cumplió cinco meses entre rejas. Pero no fue fácil llegar hasta ahí, y lo que sucedió en ese tiempo entre el incidente y el juicio es lo que consternó de forma profunda a la sociedad surcoreana. Desde que Kim fuese a la prensa se fueron filtrando cada vez más datos que auparon el escándalo.

La aerolínea se disculpó de forma inicial ante los pasajeros del vuelo por el retraso alegando que Cho estaba capacitada para hacer “inspecciones de servicio y seguridad”. Cuando un pasajero de primera clase contactó a la aerolínea y dijo que lo que había visto que había sucedido era otra cosa, le mandaron a su casa una réplica del modelo del avión y un calendario para el próximo año a modo de disculpa. Después de la pelea, la empresa contactó con los dos ex empleados más de una docena de veces para pedir que alegasen que habían renunciado voluntariamente.

La gente ya estaba hablando de ello. En Twitter nos encontramos con mensajes como "esto es increíble. Gasten su dinero en otro lugar, gente. Otro lugar que sí respete a las personas", o "¿realmente creen que hacer perder 20 minutos a 250 personas no es importante pero el servir nueces en un plato a la hija del presidente de la empresa sí lo es?".

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Llegado el punto (y ese punto no fue otro que el hecho de que el nutgate se convirtió en la comidilla de los telediarios), ya no bastaba con las buenas intenciones de los funcionarios del Ministerio, y la Junta de Auditoría e Inspección de Seúl se vio obligada a tomar las riendas de la investigación.

Fue entonces cuando se descubrió que Cho había protagonizado un evento muy parecido el año anterior, cuando empezó a golpear en el cuerpo con una revista enrollada al cuerpo de una azafata porque consideraba que el ramen que le habían servido estaba mal cocinado. Los Auditores encontraron rastros de encubrimiento de estos hechos por parte de Korean Air. A medida que se estrechaba el cerco sobre su cabeza, Cho volvió a intentar presionar a los dos trabajadores para que mintiesen sobre lo sucedido, sin que sepamos de qué forma lo hizo, si con comentarios amables, amenazas o sobornos. Sabemos que llegó a oídos de la policía, como también llegaron cada vez más testimonios del vuelo que corroboraban la versión de los damnificados.

La compañía hizo un comunicado anunciando que Cho había abandonado todos sus cargos, así como su puesto de vicepresidenta. Más tarde se supo que no era cierto y que había mantenido muchos de sus vínculos con la aerolínea y sólo estaban esperando a que amainase la tormenta informativa. Las cosas se empezaban a poner feas, puesto que esto podía suponerle multas de millones de dólares a Korean Air. Tuvo que salir el patriarca, que pidió disculpas por “la tontería” que había hecho su hija. En un acto para los medios, Cho acudió a las casas de las personas a las que había despedido para disculparse, pero al ver que no estaban les dejó un par de notas en la puerta.

Y los coreanos dijeron "basta"

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No es cosa de unas nueces y un par de despidos. El asunto nunca se limitó a eso. Durante semanas la deprimida clase media coreana tuvo que tragar fragmentos televisivos sobre la vida de Cho. A sus 40 años era la mujer de un reputadísimo cirujano plástico y dueño de cadenas textiles con sede en el lujoso barrio de Gangnam. A pesar de trabajar para una empresa coreana, la ejecutiva residía desde hacía años en Estados Unidos y tuvo sus hijos allí, algo que evitaría que los niños tuviesen que hacer la mili obligatoria para todos los varones de 18 años. Cho Yang-ho, el padre, tiene en su historial policial una condena por evasión de impuestos en 2000, por haber recibido su propio pellizco con las compras de aviones de Boeing y Airbus.

Cho Hyun-ah representa muchas cosas. Representa a la juventud malcriada que vive en una burbuja de privilegios en la que nunca debe sufrir o pagar por sus actos. Es, también, la manifiesta depravación de la casta económica y política de esta potencia mundial, la hija del magnate de un “chaebol”, esos superconglomerados con rígidas estructuras dinásticas y feudales que hacen tope para que no se cumpla la promesa capitalista del gobierno de los mejores. Ella es, de alguna forma, una María Antonieta.

Si durante años los coreanos habían callado ante la impunidad de sus chaeboles, no iba a pasar esta vez. La ocupación de los vuelos de Korean Air cayeron un 6.6% desde diciembre de 2014. Comer nueces de macadamia se convirtió en la nueva máscara de Guy Fawkes (las ventas de este alimento aumentaron de la noche a la mañana un 250%). Las parodias del nutgate se sucedieron en la ficción cinematográfica y catódica. A partir de todo aquello gapjil se incorporó al léxico común del país, un neologismo que se puede traducir como “actitud arrogante y acciones tiránicas de los que ocupan posiciones de poder sobre los demás”.

Tal vez el episodio de “ataque de ira aérea” más escandaloso de la historia de la aviación internacional.

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