Consecuencias de pasar de una sociedad paleolítica a neolítica: poder decir fistro

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Agradécele tu capacidad de decir “fetén”, “fenómeno" o “fabada” a que tus ancestros empezasen a comer papillas. Esta es la revolucionaria idea (al menos para los antropólogos) difundida por un equipo de investigadores de la Universidad de Zúrich (Suiza) y del Instituto Max Planck (Alemania) en un trabajo de reciente publicación en la revista Science. La dieta blanda que trajo la agricultura del neolítico provocó cambios en nuestra estructura bucal, y con ello, toda una transformación del lenguaje.

Las labiodentales: se trata de la “f” y la “v” (en su sonido labiovelar, como en el inglés). Los humanos de hace 8.000 años (es decir, de hace dos días) empezaron a notar con los siglos cómo sus mandíbulas permitían la pronunciación de consonantes labiodentales, algo con lo que no contábamos hasta entonces. ¿Por qué? Porque empezó a aparecer la sobremordida. La sobremordida es la razón por la que nuestros dientes inferiores quedan por debajo de los superiores. Al parecer, este proceso se habría acelerado en los últimos 2.000 años.

La revolución de la comida blanda: ¿y por qué se achicaron y descolocaron nuestras mandíbulas? Por los nuevos alimentos. Antes como cazadores-recolectores teníamos que masticar alimentos duros, como carne o plantas silvestres. Según los investigadores, la agricultura y el sedentarismo, que fomentaba la fabricación de herramientas de cocina, fueron haciendo posible el yogur o el pan, entre otros. 

¿Cómo lo descubrieron? El método de investigación fue múltiple. Probaron cómo se hablaría con mandíbulas de uno y otro tipo con simulación digital (las mandíbulas prehistóricas lo tenían un 30% más difícil para pronunciar estos fonemas), e hicieron un análisis estadístico de unas 2.400 hablas de todo el mundo en distintos períodos.

Un hallazgo que va mucho más allá: los resultados de este trabajo, apoyado por varios de sus colegas, tiene una trascendencia científica que va más allá de la anécdota de poder pronunciar la “f”: según la investigación, un pequeño cambio cultural/ambiental puede tener enormes consecuencias biológicas y genéticas a largo plazo: dado que los que tuvieran mandíbulas más pequeñas iban siendo seleccionados (tal vez por su mejor comunicación), se iba cambiando la evolución de los hombres. Se primó el habla por encima de la potencia mandibular (nuestras mandíbulas son menos robustas que los de los cazadores-recolectores).

Pese a todo, es una teoría con 35 años de antigüedad, sin datos que la corroborasen y que levantaba cejas escépticas por aquel entonces. Han salido algunos críticos a este nuevo informe alegando que la metodología de recuento de las labiodentales en las pruebas podría no ser lo suficientemente sólida. Pese a todo, sus críticos confirman que son unas conclusiones significativas que deberán seguir estudiándose.

Homo fivecus: ¿y cómo de extendido está el sonido “f” y “v”? Ahora está presente en aproximadamente la mitad de las lenguas del mundo y el 76% de los idiomas indoeuropeos. Apenas el 27% de las culturas cazadoras-agricultoras de hoy lo pronuncian, y es sobre todo un fenómeno de sociedades industrializadas. 

Como explican, la evolución tuvo que ser un “proceso gradual, no determinista”, y por eso, para sus investigaciones, analizaron las posibles diferencias mandibulares dentro de las mismas sociedades. Probablemente los ricos del imperio romano tenían acceso a más comidas blandas que los pobres, y por eso tendrían más evolucionada la capacidad de pronunciar labiodentales. Así, el uso de “f” y “v” es probable que se fuese convirtiendo en un símbolo de estatus.

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