¿El famoso test de la golosina sobre el autocontrol de los niños? Olvídate de él, era todo mentira

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Muchos grandes estudios de psicología de los últimos 50 o 60 años han servido para conformar nuestra forma de vernos a nosotros mismos. De entre ellos el “test de la golosina” o de la “nube” o el “marshmallow”, como le conocen los angloparlantes, es uno de los más conocidos. Miles de padres a lo largo de las décadas lo han probado sobre sus retoños para hacer predicciones sobre su futuro como individuos exitosos o fracasados dentro de la sociedad. Hicieron aquellos graciosos tests, eso sí, sin ningún tipo de garantía científica, como veremos ahora.

En qué consistía la prueba de la golosina: pones a un niño de cuatro a cinco años frente a una chuchería. Le dices que si es capaz de dejarla sobre la mesa sin comérsela durante quince minutos, recibirá como recompensa esa misma chuche y otra idéntica. Los adultos salen entonces del cuarto, y observan. Los resultados de aquel experimento conducido en 1970 por Walter Mischel, psicólogo de la Universidad de Columbia, adelantaban que se vio que aquellos niños que habían resistido a la tentación sacaron mejores notas, tenían mejor comportamiento, ganaban más dinero y eran más delgados al convertirse en adultos. Se siguió a algo más de una docena de aquellos niños durante 10 y 20 años y los resultados empezaron a publicarse en los años 90.

Este sencillo mito sobre la resistencia individual a la gratificación inmediata era en sí mismo un caramelo para psicólogos y periodistas. Muchos científicos han hecho nuevos estudios que giraban alrededor de ese axioma que se consideraba demostrado, y múltiples posts tanto de autoayuda como de ciencia (y nosotros también hemos caído en ello) se valían de su sencilla imagen para recomendar estrategias conductuales tanto para niños como para adultos. Barrio Sésamo, por ejemplo, lo contaba así:

El reanálisis que lo ha cambiado todo se publicó hace dos años, y entre sus coautores está el propio Mischel y otros estudiantes de postgrado que ayudaron al psicólogo en el seguimiento del ensayo original. “¿El retraso de la gratificación en la niñez predice importantes resultados de la vida?” es una enmienda a la capacidad de replicación del famoso test: esta vez, con niños nuevos y un marco de seguimiento ligeramente superior, teniendo en cuenta más variables como por ejemplo el punto de partida financiero de la familia del niño, se ha demostrado que el resultado en la prueba de la golosina “es tan predictivo en su comportamiento adulto como cualquier componente individual en ese índice; es decir, no mucho”.

“No hay relaciones significativas a nivel estadístico con ninguno de los resultados que publicamos”, dicen, y señalan otras covariables como más significativas, como el entorno familiar, las normas sociales inculcadas o la confianza que le insuflaron. Otro estudio de un año antes había encontrado un efecto mucho menor de la relevancia del test de la golosina y que desaparecía si se tenían en cuenta variables como la inteligencia y la clase social del niño.

Crisis de replicación: muchísimos hallazgos científicos, sobre todo de las ciencias sociales, están siendo reevaluados décadas después con metodologías más rigurosas y dejando en evidencia la capacidad de los mismos para plantear soluciones a nuestro comportamiento. Otros ejemplos de máximas de psicología pop que han sido defenestradas son la idea de que obligar a los individuos a sonreír les hace más felices, que mimetizar poses de poder te insuflan autoconfianza, que educar en valores monetarios nos hace más egoístas o el famoso experimento de la prisión de Stanford. Hay subcampos enteros que están hoy en entredicho.

Todos estos fracasos de la ciencia son, en el fondo, una buena señal: significan que estamos en constante revisión de nuestros conocimientos. Que son hoy más objetivos, verificables y reproducibles que ayer.

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