Hay gente que vive sin cerebro. No, en serio

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¿Alguna vez has mirado a alguien a los ojos y te has preguntado cómo puede ser que parezca funcionar con plena normalidad cuando es evidente que carece de cerebro? Para algunos no se trata de una simple metáfora. Los descerebrados existen.

Y sabemos de su existencia desde hace ya 40 años. R Lewin publicó en la revista Science un reportaje periodístico sobre las investigaciones de un neurólogo británico, John Lorber, de un chaval perfectamente normal, brillante estudiante (126 de CI) que se licenció en Matemáticas, que parecía muy corriente salvo por una cabeza un poco más grande de lo habitual. Un buen día en su veintena se quejó de dolores de cabeza, le hicieron un escáner y se encontraron con un hueco vacío, igual que si estuviesen en el universo de dibujos animados.

El chico sufría hidrocefalia, un trastorno con el que nacen algunos bebés por el que el líquido dentro de las cavidades del cerebro se acumula y presiona los tejidos cerebrales. En lugar de haber sido operado de niño o haber sufrido el deterioro cognitivo asociado a esta enfermedad, el líquido había circulado a sus anchas hasta acorralar toda su masa cerebral.

En vez de los clásicos 4-5 cm de materia gris y un relleno de materia blanca con el que los humanos solemos contar, el individuo había desarrollado una “telilla de células”, con lo que el brillante estudiante ha sido bautizado años después como el hombre que vivía “sin el 90% de su cerebro”, lo cual no es técnicamente preciso pero ayuda a visualizar el asunto.

Lorber siguió estudiando a este tipo de individuos, y dijo haber encontrado a al menos 60 sujetos con hidrocefalia que vivían con normalidad pese a que los escáneres devolvían cráneos pseudo vacíos. 30 de ellos eran más inteligentes que la media. Algunos académicos recelaban de sus estudios puesto que era muy celoso con la información compartida y no divulgaba imágenes completas de los escáneres, pero el tiempo ha querido decir que, si bien no sabemos al 100% cuántos de ellos eran fiables, sí hay que respetar la existencia de gente descerebrada y plenamente funcional.

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Pasó en Francia, con un funcionario del gobierno casado y con dos hijos, pasó también con una niña estadounidense a la que le faltaba medio cerebro, sólo con un hemisferio, y hasta donde supieron los investigadores hacía vida normal. En china una mujer se dio cuenta un buen día que llevaba toda la vida funcionando sin cerebelo, en su caso sí con algunos problemas psicomotrices y trastornos cognitivos en la infancia, pero nada equiparable a lo que nos imaginaríamos de alguien hueco por dentro. En los dos primeros casos citados estamos ante otros hidrocefálicos, pero la última no tiene mayor explicación y se consideraba que alguien así no podría alcanzar la edad adulta.

Todos ellos plantearon y siguen planteando algunos interrogantes sobre la ciencia neurológica. Primero, dónde se ubica nuestra conciencia. Hasta hace poco más de una década estaba extendido que eso que nos hace tener un ego y una expresión personal estaba vinculado a regiones como el claustrum, en la región izquierda ventral anterior insula o en la pregenual anterior cingulate cortex. Todos estos sujetos no tenían, al menos en apariencia, nada de eso.

La segunda, cómo de relevante es la sustancia blanca para nuestro normal funcionamiento. La materia gris de los individuos podía distinguirse en esa “telilla de células” de la que hablábamos antes, respetando el volumen que encontraríamos en un hombre corriente. La materia blanca, que falta, son los tractos nerviosos que conectan las distintas partes de la corteza cerebral entre sí y con las otras áreas del cerebro. Se cree que se tratan de las “autopistas” mentales y que, entre muchas otras funciones esenciales, está la de hacer llegar la información entre zonas físicas del cerebro a mayor velocidad.

Las dudas son las siguientes: ¿tenían estos hombres y mujeres en ese 10-5% de materia blanca que se les identificaba una materia hiperdensa con respecto a los demás? Más aún: ¿y si no necesitamos toda esa materia blanca nosotros mismos? Una pregunta que, aunque a muchos les recuerde al famoso dicho popular de que sólo usamos un 10% de nuestro cerebro, trata de cosas radicalmente distintas.

El comodín al que se ha recurrido para explicar todas estas circunstancias es el de la plasticidad cerebral, algo ya observado en diversos experimentos con los cerebros de los más pequeños y que aquí confirmaría que estos desmollerados funcionaban con perfecta normalidad porque el sistema cerebral funciona compensando las partes que faltan adaptándose a los cambios y haciendo desarrollar otras áreas para que se adapten al rol necesario en caso de lesión.

Aunque parece que ningún investigador de los que se cruzaron en el camino de estos inquietantes ciudadanos exploró otra posibilidad: la de que ellos son glitches, la prueba viviente de que nada del mundo sensorial es cierto y es todo una simulación alojada una demiúrgica nube.

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