Jerry Lewis ha fallecido, pero no su película maldita e inédita sobre el Holocausto

Jerry Lewis ha fallecido, pero no su película maldita e inédita sobre el Holocausto
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Jerry Lewis falleció ayer a los 91 años de edad rodeado de su familia en su domicilio de Las Vegas. Lewis ha sido uno de los cómicos más importantes de la historia del cine, de los que han entrado a ese exclusivo pedestal en el que se encuentran titanes como Chaplin o Keaton, y cualquiera que haya visto alguno de los números cómicos de entre sus decenas de películas habrá comprendido su capacidad de sublimación del espasmo y la pantomima, el territorio donde más a gusto se encontraba esta mente privilegiada de la creatividad cinematográfica.

Pero hubo un tiempo en su carrera donde quiso, al mismo tiempo, ponerse serio sin quitarse el traje de payaso.

El Holocausto como materia dramática... y cómica

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A principios de los años 70 un productor húngaro hizo llegar a las manos de Lewis el guión de un filme dramático. Puso todas las condiciones para rodarlo, incluidas estrellas del cine europeo. Lewis estaba inmensamente motivado, ya que quería demostrarle al mundo (y a los Oscar, todo sea dicho) que podía salir de su zona de confort.

Cuando el productor se desvaneció llevándose también todo el material, el actor puso el dinero y ocupó los mandos de una obra que ya se había convertido para él en algo personal.

El problema, y la razón por la que se consideraba el proyecto irrealizable por mucha gente de la industria, es que es una película sobre el holocausto en la que su protagonista (encarnado por Lewis, que era judío) era un payaso condenado por el régimen del Führer que ayudaba con sus bromas a conducir a los niños a las cámaras de gas de Auschwitz.

Es decir, ejecutar las mismas intenciones artísticas y políticas de El Gran Dictador de Chaplin (banalizar uno de los episodios más temibles de la historia como forma de desactivar su poder) pero aplicándolo a una narración en la que se glorifica el trabajo de las llamadas vacas judas en los mataderos (los animales que conducen a sus semejantes por la maquinaria que les va a dar la descarga de gracia).

Cuando Lewis perdió su magia

Lewis terminó y montó The Day the Clown Cried confiado de que había logrado sus objetivos artísticos, pero ciertos baches se opusieron a su exhibición. Hubo problemas para llegar a unos positivos términos empresariales con el productor, a pesar de que Lewis había aportado la mayoría de financiación in extremis de su bolsillo. Pero más difícil aún, los guionistas Charles Denton y Joan O'Brien dijeron que el cómico había alterado tanto el libreto original que ya no se trataba de su historia, y no llegaron con él a buen término sobre sus derechos intelectuales.

Estaba previsto que la película se estrenase en Cannes en 1973 y que de ahí saltase unos meses más tarde al circuito estadounidense. Pero algo ocurrió. Alguien debió avisar a Lewis con suficiente convicción como para hacerle ver que había realizado una película de un gusto nefasto, con un humor negro tan incomprensible, que si la viese el público repercutiría muy negativamente sobre su imagen pública. Conservó su copia férreamente sin dejar que la viera absolutamente nadie, pero al parecer en 1979 hizo una excepción, un pase privado para unos pocos amigos de confianza.

Entre ellos estaba Harry Shearer, quien la describió como una cinta "perfecta en su monstruosidad". Más tarde, en 1992 y para la Spy Magazine el mismo Shearer diría de The Day the Clown Cried: “era un objeto perfecto. Esta película es tan drásticamente errónea, está tan equivocada, su espíritu y su humor están tan salvajemente fuera de lugar que nadie podría, ni en una fantasía de lo que podría ser idealmente, mejorarla. 'Oh, dios mío' es todo lo que puedes decir después de verla”.

"Es muy mala. No vais a verla. Nunca nadie la verá"

La leyenda de la cinta fue creciendo, tanto que Lewis se iba sintiendo cada vez más incómodo con la insistencia de distintos medios a lo largo del tiempo pidiendo más explicaciones sobre la cinta y su futuro. Ya en sus últimos años, en 2016, apareció en las redes un clip de 31 minutos de montaje del making of y algunas escenas completas de la obra.

Lewis ha defendido distintas posiciones sobre su preferencia acerca del destino de la cinta. Durante casi toda su vida mantuvo que aquello fue un error y que lo que él desearía es que nadie la viese, tal y como afirmaba en 2013. Siete meses después, sin embargo, afirmó que, aunque no sacaría a la luz la película, había estado orgulloso de ella.

Además de esto, en 2009 Lewis declaró para Entertainment Weekly: "¿quién sabe qué pasara con ella cuando me muera? Lo único que me importa, lo que siempre me saca una risa, es que en algún momento habrá por ahí algún chico joven e inteligente al que va a llegarle la inspiración y va a acabar proyectando la película. Y me encantaría. ¡Porque entonces iba a ver una película de la hostia!”.

En 2013 Lewis vendió la única copia existente de la obra a la Librería del Congreso de Estados Unidos, con una condición: que el filme no se proyecte hasta dentro de 10 años, siendo probablemente consciente de que para cuando el público pudiese ver la película él ya no estaría entre nosotros. Así que, mientras el artista no haya dejado alguna voluntad final en contra de su exhibición, es probable que la Library’s Packard Campus for Audio Visual Conservation de Culpeper permita la proyección del filme maldito en 2024.

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Lo que sí podemos hacer en estos años es seguir disfrutando de su ingenio en las más de 40 películas en las que apareció. Como en El Profesor Chiflado, donde convertía la cámara subjetiva en el artefacto perfecto para la ambigüedad en el mensaje. También en El Terror de las Chicas, cuyos decorados nada tenían que envidiarle a los de Jacques Tati.

Tampoco en sus dúos cómicos con Dean Martin, donde la rutina del alocado y patoso Lewis encontró un contrapeso ideal en el galán italiano de voz de oro. O en las innumerables películas donde jugaba con el gag sonoro mediante playbacks (sus películas se disfrutan tanto en lo visual como en lo sonoro) donde alguien podía tocar una máquina de escribir invisible o el sonido de unas pisadas continuaba incluso después de que el personaje se quitase los zapatos.

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Cientos de momentos de éxtasis para la gran pantalla que ninguna película desafortunada podrían arrebatarle su estatus de maestro del cine.

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