El pánico vampírico de Nueva Inglaterra que puso a la gente a exhumar cadáveres buscando chupasangres

El pánico vampírico de Nueva Inglaterra que puso a la gente a exhumar cadáveres buscando chupasangres
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Tu familia quiere chuparte la sangre.

Esto, que puede ser una expresión metafórica con la que se identifiquen muchas personas a día de hoy, era una realidad literal para muchos ciudadanos de Rhode Island, Connecticut y Vermont a finales del siglo XIX. Es otra historia de histeria colectiva, como la caza de brujas de Salem, pero que sucedió entrados ya en la época de la ciencia y la razón. Se le ha dado en llamar “el pánico vampírico de Nueva Inglaterra”.

Conocemos estos hechos por anécdotas. Por ejemplo, un buen día de 1990 el hijo de una vecina de Griswold le dijo que había encontrado cadáveres en unos terrenos cercanos. Al principio no le creyó, pero cuando le llevó un cráneo humano a casa la mujer sí dio más credibilidad a sus palabras. Resulta que en las regiones citadas existen multitud de cementerios informales, y algunas de las personas allí enterradas presentaban una disposición extraña en el sepulcro: la cabeza arrancada y metida dentro de sus costillas y los fémures partidos en formas de cruces.

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Los investigadores cuentan con muy pocas tumbas verídicas como esta, aunque sí se han podido documentar más de 80 casos similares a través de los textos de la época, como alguno del pensador Henry David Thoreau. En las pocas tumbas que se han podido exhumar, los restos biológicos denotaban que los susodichos habían muerto de tuberculosis.

Pero en 1800 no se llamaba así a esta desconocida enfermedad bacteriana que estaba empezando a arrasar con la población, sino “consumo”. Sin saber cómo, como por una maldición, familias enteras de Nueva Inglaterra empezaron a perder peso y energía, a toser continuamente e incluso a echar flemas de sangre hasta que meses después morían. Era como si algo o alguien les estuviese arrebatando la vida. Y esa fue la conclusión a la que debieron llegar.

La primera vampiresa del nuevo continente

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Lo suponemos por los registros, en especial, por el mejor documento, mitad historia y mitad leyenda: el destino de Mercy Brown. Cuatro miembros de esta familia de Exeter murieron, y entre los fallecidos estaba Mercy, a la que enterraron en el invierno de 1891.

Al cabo de los meses Edwin, su hermano empezó a presentar los síntomas del “consumo”, y según regían las recientes costumbres de la época, él y sus vecinos debían desenterrar a su familia para ver quién le estaba consumiendo desde el más allá. Nada se encontró en los cuerpos de sus otros familiares, pero el sepulcro de Mercy, especialmente protegido, y la intensidad del invierno en el que se encontraban habían ayudado a que el cadáver permaneciese prácticamente intacto.

Según el folklore, Mercy presentaba un aspecto sano, pacífico, sin putrefacción visible, y en el contorno de su boca se arremolinaban lo que parecían restos de sangre, un líquido que por entonces causaba sensación desde el punto de vista médico y se consideraba única y primordial fuente de vida.

El veredicto era claro: ella era la que estaba llevando a cabo el hechizo. La fórmula para romperlo no era otra que arrancar su corazón e hígado, quemarlos y hacer beber sus cenizas al hermano vivo. Para desgracia del paciente, nada de esto evitó que muriese dos meses después. Esto tampoco impidió que cientos, tal vez miles de sus coetáneos hicieran lo propio en casos similares durante décadas, exhumando a medio pueblo en busca de pruebas de vampirismo en un intento desesperado por acabar con esa enfermedad ante la que los médicos de la época no tenían receta ninguna.

De cómo la superstición venció a la razón en 1800 ante una crisis sanitaria

Hay que señalar que estos vampiros estadounidenses no presentaban la misma mitología que manejamos hoy en día. Ha habido muchas versiones del monstruo y la de ellos es sólo una. Sus antecedentes eran dos, los famosos strigoi rumanos, deidades con rostro de mujer y cuerpo de pájaro que absorbían la sangre de los humanos mientras estos dormían, y especialmente los Nachzehrer alemanes, criaturas que permanecían en las tumbas royendo sus mortajas, y dañaban a los vivos desde lejos mediante magia.

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De los segundos extrajeron el modus operandi de su magia. De los primeros, la forma de acabar con su poder: los rumanos también acostumbraban a quemar sus órganos para luego bebérselos. Tampoco entonces utilizaban la palabra “vampiro” para referirse a las criaturas, pero sí las consideraban sobrenaturales, producto de algo no humano. Es con el tiempo que los historiadores han ido etiquetando a aquellos monstruos que le robaban la sangre a los vivos como chupasangres, añadiendo esta vertiente del mito a la larga historia de los devoradores del plasma que llevan con nosotros de una forma u otra más de mil años.

En cualquier caso, el pánico vampírico se convirtió en un fenómeno social, una obsesión de las gentes del norte de la que estadounidenses vecinos hablaban con desdén, despreciando el barbarismo de sus gentes, capaces de desenterrar a sus muertos por mera supertición. La imagen que acompaña es una caricatura satírica del diario Boston Daily Globe, donde muestra cómo se reían de las creencias supersticiosas de los campesinos de Rhode Island.

La tuberculosis afectaba de manera especial a los pobres, que vivían en peores condiciones de vida, con lo que se alimentaba la visión de superioridad de los turistas que se acercaban a estas tierras, pero muchas de las exhumaciones de “vampiros” que se han confirmado se encuentran a 30 kilómetros de Newport en una zona reservada para la alta sociedad de la época. Es de pensar que, ante una plaga tan terrorífica, ante la impotencia de saber que no hay cura, hasta los ricos levantaban de nuevo a sus seres queridos en busca de una esperanza a la que agarrarse.

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