Las plantas también son seres sintientes: notan cuando las tocas y en muchas situaciones les hace daño

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Hoy el argumento antivegano “las lechugas también sufren” gana en perspectiva, aunque sigue sin ganar la batalla. La investigación científica cada día está más convencida de que las plantas sufren dolor y actúan en consecuencia.

Si me tocas no respiro: un estudio de 2016 de la Universidad de Australia Occidental sugería que las plantas eran reactivas al contacto físico. “Unas gotas de agua o un golpecito suave” podían provocar distinta reacciones que mejoraban su adaptabilidad al contexto. Un nuevo y ambicioso estudio publicado en The Plant Journal llegaba a la conclusión de que el contacto podía desencadenas respuestas en sus hormonas y su expresión génica que podría inhibir sustancialmente su crecimiento. Por ejemplo, que "a los treinta minutos de sufrir tocamientos, ya se había alterado el 10% del genoma de la planta”.

Arabidopsis thaliana: la protagonista del experimento (y la de la foto de portada). Es, para que nos entendamos, la rata de laboratorio en formato mata. La planta más estudiada del mundo a nivel genético y fisiológico, muy utilizada para experimentos, que podemos encontrar en todos los continentes, que se adapta enormemente a cualquier hábitat y cuya variabilidad genética es perfecta para este tipo de pruebas. Se sabe que es altamente adaptable a patógenos, plagas, sequías, heladas… Como mala hierba, es la mejor mala hierba, y sus pruebas sirven para extender las conclusiones a buena parte del reino vegetal.

¿Sienten las plantas como nosotros? No, y he aquí el quiz de la cuestión. Es nuestra mirada antropomórfica la que nos lleva a pensar que, si una planta siente “dolor” ante un estímulo, eso significa que sufren como nosotros. Es correcto decir que responden a estímulos como el visto (por ejemplo, cuando un pulgón ataca una hoja, esta envía una señal eléctrica a las demás hojas para que comiencen a protegerse), pero no tienen un sistema nervioso o un cerebro como el nuestro. Su principal carencia son los nociceptores, nuestros receptores que responden y recuerdan el dolor.

Es decir, las plantas sienten el daño y reaccionan mecánicamente a él, pero no afecta a una consciencia ni hacen nada especial por evitarlo. Al menos que se sepa hasta ahora.

Mejores cultivos: por supuesto, este experimento no se ha realizado para agitar el debate de la ética alimentaria, sino para mejorar la industria agricultora. Si se consiguen separar y alterar los genes vegetales que se encargan de gestionar el dolor las plantas crecerán con más ahínco y en peores condiciones climatológicas.

La inesperada conexión fetal: todos estos descubrimientos concuerdan una la reciente investigación en torno al concepto de la consciencia.  Por ejemplo, los nuevos tratamientos no invasivos están revelando que los fetos usan desde el útero su cerebro y sus sentidos para aprender sobre sí mismos y sobre el mundo que les rodea. Aunque los fetos empiezan a generar receptores del dolor de forma tan temprana como las 7 semanas, es a partir  de la semana 23 o 24 que las neuronas son capaces de llegar a la médula espinal y de ahí al cerebro, lo que se define como la percepción del dolor.

¿Y qué otras cosas saben hacer las plantas? Pueden oír, pueden comunicarse con otras plantas y pueden aprender.

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