La psicología del comodín del público en "50x15": en Rusia es un troleo; en Francia, un castigo

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Es un vídeo tan gracioso, de un humor tan cruel, que ha dado la vuelta al mundo en distintas ocasiones desde su original emisión en 2006: un participante de la edición francesa de Quién quiere ser millonario no tiene claro qué decir ante una simple pregunta: "¿Qué objeto gravita alrededor de la Tierra?". Sus opciones: Venus, Marte, el Sol o la Luna. Henri busca la respuesta en el famoso comodín del público del plató, cuyos resultados vuelven así: 0% de votos a Venus y Marte, un 44% de votos a la Luna y un 56% al Sol.

El protagonista se deja llevar por la opción mayoritaria ante la estoica expresión del mítico presentador Jean-Pierre Foucault, a quien no le queda más remedio, como ya podemos imaginar, que darle el pésame al concursante: ha fallado a lo grande.

¿Acaso los franceses son una panda de iletrados heliocentristas? No, más bien han decidido castigar a quien ha gastado un comodín ante semejante pregunta.

Dime de dónde eres y te diré qué cosas te pregunto

lo cuentan Ori y Rom Brafman en su libro El influjo: la atracción irresistible al comportamiento irracional. Según los autores, los creadores del famoso concurso televisivo han estudiado el comportamiento del público y saben que en las primeras 10 preguntas las audiencias suelen conocer la respuesta correcta en el 90% de las ocasiones, aunque a partir de la decimoprimera presunta este comodín tiende a hacerse menos fiable dado el aumento de la dificultad.

La voluntad de ayudar de la gente es total en el país de origen del formato, Reino Unido, pero también en Estados Unidos: al ser interpelados, los encuestados siempre pulsan la respuesta que consideran correcta. Aquí en España podríamos decir que ocurre lo mismo. Pero lo que vemos en el caso de Henri es lo que según los franceses es una muestra de su particular carácter: en más de una ocasión y más de dos, el 50x15 galo ha perjudicado a los concursantes, sobre todo cuando se consideraba que la pregunta era demasiado obvia.

El caso de Rusia y Ucrania (y hay quien asegura que en la versión china ocurre lo mismo) es aún más llamativo: no importa cuán inteligente o simpático parezca el concursante, los espectadores siempre votaban troleando. Como en estas regiones el comodín sólo ayudaba a generar caos, en algunas de sus ediciones los organizadores decidieron retirar este tipo de consultas y poner otro tipo de ayudas.

Quién merece ser millonario

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La internacionalización de este formato televisivo ha permitido observar esas diferencias culturales ante la perspectiva de intervenir en la ganancia ajena. Aunque los organizadores ruso del concurso nunca supieron decir a qué se debía esa tendencia al troleo de sus compatriotas, Geoffrey Hosking, investigador de historia rusa por la University College de Londres, le ofreció una hipótesis a los escritores de El influjo. Según él, está inextricablemente unido al carácter comunario de los pueblos eslavos, lo que a su vez podría ayudar a explicar por qué el socialismo triunfó durante un tiempo en su país y no en muchos otros.

Los campesinos de la Rusia prerrevolucionaria, nos dice el académico, ya poseían un pronunciado principio de la "responsabilidad común". Tendían a repartirse la carga de todo tipo de cuestiones diarias, desde la vigilancia y la seguridad del territorio hasta pagar impuestos.

Con la llegada de las fábricas y la vida en la ciudad, los obreros solían facilitar préstamos sustanciosos entre los propios miembros de la comunidad cuando alguno lo necesitaba, algo que ocurría con frecuencia. Siempre que los sujetos que necesitasen el auxilio, eso sí, diesen muestras de haber actuado en buena fe y no hubiesen actuado de forma negligente con su dinero. Aunque estos valores son compartidos por infinitas culturas, para el profesor se trataba de una conducta mucho más “sistemática y establecida” en Rusia.

Ese sentimiento de comunidad tenía sus flaquezas: la colectividad condena a los que se salen de la norma, tanto por arriba como por abajo. Así que no, no se ayudaba al que era demasiado pobre, pero tampoco al que se pasase de rico: así que, si aquel que tiene u opta a unas riquezas sobredimensionadas debe ser castigado, ¿por qué tendría que ayudar a nadie a conseguir el bote del concurso millonario?

La versión intermedia sería la francesa, ya que ellos parecen optar por una cultura del mérito o la justicia social: si necesitas preguntar qué objeto gravita alrededor de la Tierra, no se entiende por qué deberías ganar cuatro millones de francos. Y según los Brafman, esa enorme voluntad de ayuda mostrada por los norteamericanos nace de la premisa de que el derecho a ganar una gran suma de dinero no nace de su perspicacia, sino en haber llegado hasta ahí, haber sido recompensado por el mero azar.

Qué implica hacer concursos para todas las culturas

Todo lo que hemos visto también toca con otra cuestión de fondo de este mundo globalizado, y tenemos un ejemplo concreto y español de la semana pasada: MasterChef, una franquicia televisiva también de origen británica, generó una polémica que trascendió más allá de sus espectadores habituales al ver cómo un concursante obligaba a una compañera a cocinar carne de caballo pese a que la mujer le había confesado que esa carne era la única que sentía que no podría cocinar porque el animal del que provenía le había ayudado en una etapa triste de su vida.

El malicioso compañero, así como los propios presentadores, reprocharon la actitud de la mujer y recordaron que aquello se trataba de un torneo de competitividad feroz donde todo lo que se pudiese hacer para llevarse el oro, aunque fuera pisar a otro compañero, merecía la pena que se hiciera. Aunque tal vez a medida que el mundo se globaliza cada vez ocurra con menos frecuencia, podría decirse que escenas como esta son demostraciones de cómo la importación de contenidos sin tener en cuenta las diferencias locales generan fricciones humanas imprevistas por el país original.

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