El cadáver de un Papa en el banquillo de los acusados: cómo eran los "impeachment" medievales

El juicio del papa Formoso, por el artista Jean Paul Laurens.
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Los impeachment llevan celebrandose toda la vida. Lo que vive Donald J. Trump estos días también lo vivieron, además de otros presidentes como Andrew Johnson, Richard Nixon y Bill Clinton, decenas de papas en Europa en el pasado, cuestionados por las órdenes eclesiásticas del momento. Si bien es cierto que ningún presidente ha sufrido este proceso judicial después de dejar el cargo, como sucede ahora con Trump, sí ha sucedido en la vida clerical de la edad media. Y de manera mucho más radical. Ni la muerte conseguía en ocasiones ser un obstáculo para realizar un juicio por faltas y delitos en un cargo público.

Volvamos la vista atrás, hace más de 1.000 años. En una época en la que la iglesia cristiana atravesaba una profunda crisis, existía una acalorada disputa entre Roma y Constantinopla, germen de cismas futuros que colean hasta nuestros días. Aquel enfrentamiento versaba, en realidad, sobre la auténtica jefatura de la cristiandad, lo que provocaba un continuo cambio en la autoridad eclesiástica. A finales del siglo IX, no era extraño que en el sínodo dinástico un Papa fuera juzgado por transgredir con las tradiciones y costumbres de la Iglesia de Roma. Una suerte de impeachment actual.

Da una idea la extraordinaria volatilidad de estos años que entre el 896 y el 904 se contabilizara un nuevo Papa cada año, en ocasiones incluso dos.

Tal y como cuenta The Conversation en un artículo, fue en uno de estos sínodos cuando Formoso, Papa entre el 891 y el 896, afrontó su juicio. Tan sólo había un problema: Formoso llevaba siete meses muerto cuando el proceso judicial dio comienzo. Para el nuevo Papa, Esteban VI, no había obstáculo que se interpusiera entre su pensamiento de que incluso cuando los mandatarios habían dejado su cargo, podían ser castigado por sus infracciones.

Tanto se enrocó el papa Esteban que hizo sacar el cadáver de Formoso de su sarcófago y lo sentó en el trono de la Basílica de San Juan de Letrán para que asistiera a las acusaciones. Contado así parece un hecho un tanto cómico, pero hay que imaginar las caras de los allí presentes cuando el cadáver fue ataviado con los ornamentos papales y colocado en un trono para enfrentarse a las acusaciones que sostenían que Formoso había roto las reglas de la Iglesia. Cerca de él se encontraba un diácono para responder en nombre de Formoso.

El juicio al papa Formoso, por el artista Lodovico Pogliaghi. El juicio al papa Formoso, por el artista Lodovico Pogliaghi.

La historia y destino de un papa vapuleado por el tiempo

Y allí, en medio de aquél panorama, comenzó todo un recital de acusaciones de delitos y faltas. Se le acusó a aquel cadáver de romper el juramento de no volver a Roma y de haber obtenido ilegalmente el título de Papa porque ya era obispo en el momento en que fue elegido. Lo cierto es que en 876 Formoso había sido excomulgado por inmiscuirse en la política de poderes europeos y se le había prohibido celebrar misa por el papa Juan VIII. Aún así, la sentencia de excomunión fue retirada en 878 tras la muerte de este último gracias a la piedad que mostró su sucesor, Marino I. Con ello, se le permitió a Formoso volver a su puesto de obispo de Oporto.

A pesar de haber manchado su historial, Formoso fue elegido papa el 1 de octubre de 891, e inmediatamente se involucró de nuevo en la política. Se le acusó también alentar la insurrección en Italia, persuadiendo a Arnulfo de Carintia para que avanzara hacia Roma y expulsara al emperador reinante, aunque conseguiría poco. Aunque sí se apoderó de la ciudad por un tiempo, una paralisis le impidió actuar contra sus opositores y continuar la campaña.

A Formoso le sucedió el Papa Bonifacio VI, que fallecería tan solo dos semanas después de hacerse con el cargo. Esteban VI, que era el siguiente en la lista y ahora apuntaba con su dedo inquisidor a nuestro protagonista, fue el próximo en sentarse en el trono. Para colmo, incluso había sido partidario del hombre convertido en cadaver en el pasado, pero había cambiado de bando y ahora estaba alineado con la familia Spoleto, que en ese momento controlaba gran parte de Roma.

El resultado del juicio era de esperar: todas sus legislaciones, medidas y decisiones legales fueron anuladas, así como sus órdenes sacerdotales, que se declararon inválidas. Sus vestiduras papales fueron arrancadas de su cuerpo sin vida. Pero la cosa no quedó ahí. Los tres dedos que el papa muerto había utilizado en las consagraciones fueron cortados de su mano derecha; y el cadáver, enterrado en una fosa del cementerio destinada a la gente pobre y desconocida, y más tarde arrojado al río Tiber.

Volviendo al símil con Donald Trump, que ahora vive una vida aparentemente tranquila en su complejo turístico de Mar-a-Lago, en Florida, podemos decir con seguridad que este último no sufrirá el mismo destino que el papa Formoso. Pero sí, igual que él, podría ver revocadas muchas de las decisiones y nombramientos que llevó a cabo durante su mandato. La historia también sirve para recordarnos que de un tiempo aquí hemos cambiado, a mejor.

Imágenes: Commons

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