Nos une el odio: la polarización en España se explica porque estamos de acuerdo en lo que no queremos

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¿Te irías de cañas con un afiliado de Vox? ¿O con un simpatizante de Podemos? Son preguntas en apariencia triviales bajo las que subyace uno de los principales problemas políticos de España: la polarización política. Diversos acontecimientos (elecciones, pandemia) han subrayado las profundas diferencias ideológicas y afectivas del país. Diferencias que han aumentado durante los últimos años y que han puesto a España a la cabeza de la polarización en Europa.

Más rotos. Lo ilustra este trabajo elaborado por un grupo de investigadores especializados en la materia. A partir de 76 encuestas realizadas en 20 países entre 1996 y 2015, la investigación discierne en qué lugares la polarización, definida como la antipatía de un votante cualquiera hacia el resto de partidos del espectro político, es un problema mayor. España es con diferencia el primero de la lista, seguido de Grecia y Francia. En el otro extremo de la balanza se ubicarían Finlandia y Países Bajos.

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¿Por qué? El estudio atribuye a las condiciones económicas, y muy especialmente a los elevados niveles de desempleo, un rol crucial. Otras investigaciones (PDF) han vinculado la desigualdad con una mayor fractura política, afectiva e ideológica interna. La búsqueda de líderes fuertes, como Orbán en Hungría o Trump en Estados Unidos, estaría vinculada con el estrés producido por la desigualdad. Sus votantes interpretarían que el orden establecido, el curso normal del país, se ha roto, decae.

Y para arreglarlo votarían a políticos autoritarios. Esto a su vez provocaría una brecha en la convivencia tanto desde las instituciones (incapacidad para llegar a acuerdos, política posicional, discurso crispado) que se trasladaría a pie de calle (desafección, confrontación, radicalización).

Antitodo. Otra conclusión significativa del estudio es la naturaleza "opositora" de la polarización en España. Como se aprecia en esta gráfica, nuestras posiciones no están tan marcadas por lo que nos une (nuestra simpatía hacia un partido en concreto) sino por lo que nos divide (nuestra antipatía hacia el otro partido). Es el odio lo que determina nuestra clasificación grupal (y por tanto nuestro extremismo). Esto no es habitual: en el resto de Europa la polarización se plantea en términos más positivos (qué queremos) que negativos (qué no queremos).

Hay más. El deterioro percibido de la economía se dirigiría contra la clase política. Son ya consistentes los estudios publicados por el CIS en el que los españoles consideran a sus dirigentes como el segundo o tercer problema del país. La ruptura de la base electoral de PP y PSOE, los dos partidos históricamente hegemónicos, habría dado pie a una mayor polarización, sintetizada en alternativas políticas más radicales tanto a izquierda (Podemos) como a derecha (Vox).

Evolución. Como consecuencia, nos habríamos radicalizado. A finales de 2019 el 15% de los españoles se ubicaba en posiciones extremas dentro de la escala ideológica, un porcentaje que duplicaba al de principios de la pasada década. La polarización encajona posturas, penaliza los acuerdos (percibidos como "traiciones") y bloquea el proceso legislativo. Otra consecuencia de este proceso: cada vez tenemos menos reparos en declarar nuestra ideología (ya sólo la oculta un 10%) porque ha quedado muy arraigada a nuestra identidad. Cada vez hay menos neutros. Todo es más político.

Este gráfico de El Mundo es ilustrativo de la radicalización.

Bloques. Es algo que hemos experimentado durante el último ciclo electoral, cristalizando en una campaña, la de Madrid, muy trabada. Hace dos años, además, más partidos que nunca llegaron al Congreso. Pero también las líneas de "bloque" (izquierda vs. derecha) quedaron más definidas que nunca, sin espacios de entendimiento en el centro. Nos abocaríamos al tribalismo: arrullados en torno a identidades definidas y fuertes, las diferencias ideológicas saltarían a la esfera personal. No se trata simplemente de opiniones que difieren. Como explican aquí:

Nos agrupamos en torno a grupos que compiten entre sí en un juego de suma cero, donde la negociación y el compromiso se perciben como una traición, ya sean estos grupos políticos, raciales, económicos, religiosos, de género o generacionales.

Predicción. No es un fenómeno exclusivo de España. La polarización ha aumentado en todos los países, tan dispares como la India, Polonia o Francia. Estados Unidos sería el mejor ejemplo: es posible predecir con un alto grado de acierto las posiciones políticas de una persona en función de su renta, lugar de residencia, raza, género y edad. No se trata de adoptar tal o cual política, sino de nuestra propia identidad, nuestro yo.

En tales circunstancias, las diferencias ideológicas tornan en amenaza existencial. Así, una mayoría de votantes demócratas estadounidenses rechazaría tener una cita con un votante republicano; y crisis como las del coronavirus se interpretarían de forma distinta no en base a las propuestas, las medidas y las ideas, sino en torno a las líneas partidistas. Los míos vs. los suyos. En ese sentido, el último año y medio en España no augura grandes cambios a corto plazo.

Imagen: Daniel González/GTRES

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