La pajita de plástico tenía que morir. En el camino, la humanidad ha creado algo peor: la de papel

Pajitas De Papel
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Consternada por su insostenible consumo de plástico anual, la humanidad ha encontrado un objeto perfecto sobre el que verter la totalidad de su culpa: las pajitas. Objetos improductivos que no se pueden reciclar, tienen un ciclo de vida extremadamente breve y simbolizan todo lo que está mal con nuestra relación con el plástico. ¿Solución? Prohibirlas y fabricarlas con otros materiales. El más socorrido es el papel. Es barato de producir y, a priori, sostenible, dado que se recicla con facilidad. Cadenas como Starbucks y McDonald's ya ofrecen pajitas de cartón, aliviando nuestra conciencia medioambiental.

¿Pero es una buena idea? Sólo comparada con la anterior.

El problema. Lo ilustra el caso de McDonald's. El año pasado sustituyó todas sus pajitas de plástico por alternativas fabricadas con papel, para disgusto de sus clientes. Las nuevas pajitas eran demasiado blandas, arrastraban un sabor distinto, fruto de la descomposición de la celulosa, y no succionaban con igual eficiencia que las de plástico. Ante las numerosas quejas, la cadena decidió fabricar pajitas más duras y robustas, igualmente en papel. Problema: su rigidez, como ha reconocido este mes, hace imposible su reciclaje, el primer motivo por el que las eligió.

Desagradables. Resulta que las pajitas de papel no son de nuestro agrado. Cuando Subway anunció una medida idéntica en Canadá, la reacción de sus consumidores fue más bien tibia. Como explica esta columna de Quartz, dejamos de utilizar pajitas de papel por un motivo: eran ineficientes, se empapaban con facilidad, modificaban la paleta de sabores absorbida por nuestro paladar. Hasta mediados de los sesenta, las pajitas se fabricaban con fibras de centeno y otros materiales orgánicos. El plástico se impuso porque resultaba barato y práctico para una industria necesitada de soluciones a gran escala.

La discriminación. La sustitución de pajitas de plástico por alternativas, en teoría, más sostenibles, no ha estado exenta de injusticias sociales. Son numerosas las asociaciones de personas discapacitadas que han denunciado la tendencia. Muchas de ellas no pueden utilizar los cubiertos para ingerir alimentos, ni depender de sus articulaciones para beber líquidos. Las pajitas de plástico, eficientes y seguras (se han registrado muertes por accidentes con equivalentes de metal), hacen su vida más sencilla. Si sus sustitutas de papel ni siquiera son tan sostenibles como creíamos, ¿qué sentido tiene todo este proceso?

Ineficientes. Porque no lo son. Sabemos que las pajitas de papel no son técnicamente "biodegradables". La mayoría se han fabricado con altas cantidades de pulpa de celulosa para contrarrestar las escasas propiedades conductivas del papel o del cartón, lo que prolonga su periodo de vida. Un ejemplo similar sería el de los periódicos, capaces de conservarse en relativo buen estado durante meses, cuando no años. Y como analizan en The Atlantic, hay otra cuestión: la fabricación de papel, más allá de la deforestación, es un proceso altamente contaminante.

En el camino hacia la solución de un problema (más bien un símbolo: las pajitas sólo representan el 0,025% del plástico consumido por EEUU, el país más adicto al mateiral), la humanidad se ha topado con otro. Quizá menos acuciante, quizá menos urgente, pero igualmente negativo para la sostenibilidad del planeta (y que además deja insatisfecho a todo el mundo).

¿Qué hacer? Quizá la pregunta sea otra: ¿necesitamos realmente beber con pajitas? Descontando a las personas con determinadas discapacidades y abominaciones como el frappuccino, todos podemos beber nuestras bebidas sin ellas. En la pregunta subyace otro dilema aún más importante: el problema no reside tanto en los materiales con los que consumimos, sino nuestra cultural del consumo. Sucede algo similar con otros objetos. Los boles fabricados con materiales sostenibles (y tóxicos), los patinetes eléctricos o las bolsas de cartón.

No son soluciones verdes, aunque sean más verdes que las que ya teníamos. La pajita sólo es la punta del iceberg. 

Imagen: Meghan Rodgers/Unsplash

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