¿Se puede frenar el turismo masivo? Islandia ya sabe que sí, pero el precio a pagar es una recesión

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Ocho años de espectacular crecimiento después, Islandia se prepara para cerrar su primer curso económico en recesión. Las estimaciones de las instituciones islandesas prevén un encogimiento del 1,9% del PIB al final de 2019. ¿Los motivos? Variados, pero uno nítido: el turismo cae por primera vez durante la última década, un 24% respecto a mayo del año pasado. Malos augurios para una economía que escapó de la crisis financiera de 2008 gracias a sus turistas.

El problema. Tiene nombre de aerolínea: WOW Air. La compañía, low-cost, operaba el 30% de los vuelos entre Europa e Islandia, y se había convertido en un instrumento clave para popularizar los viajes a la isla. En marzo quebró, tras un año turbulento marcado por el aumento del precio del combustible y la ralentización del turismo. Resultado: 1.000 trabajadores de la empresa a la calle, más otros 300 del único aeropuerto de Reykjavík.

PIB. La quiebra de WOW ha provocado que el gobierno corrija sus previsiones económicas a la baja (de un crecimiento del 0,4% a una contracción del 1,9%). Son cifras asombrosas en un país que ha registrado ocho años consecutivos al alza desde el fin de la recesión (llegando al 6,6% en 2016). Islandia también ha revisado sus previsiones de desempleo (del 3,1% al 3,9%) y de inflación (hasta el 3,4%).

Turismo. La desaceleración coincide no por casualidad con el freno del turismo. Islandia multiplicó por cuatro su volumen de visitantes durante la pasada década, superando los 2.000.000 millones en 2017. El turismo creció entre un 24% y un 40% entre 2014 y 2016. A partir de 2017 la expansión se contrajo (un 24%), y para 2018 las previsiones eran peores, pero aún alcistas (un 7%). ¿Qué sucedió? El curso se dio mal. El turismo islandés sólo creció un 5,5%.

¿Positivo? Fue un boom. Uno que contribuyó a sanear las cuentas de un país arruinado durante la crisis financiera. El turismo representa aún hoy el 30% de las exportaciones nacionales, y ocupa el 10% del PIB. Ahora bien, arrastró numerosos problemas. Islandia, de 300.000 habitantes, exprimió sus infraestructuras para acoger a una población itinerante seis veces superior. Los precios escalaron y encarecieron el acceso a la vivienda en Reykjavík. El patrimonio natural se deterioró.

En 2017, eran numerosos los artículos que hablaban del "alto precio" que Islandia pagaba por la bicoca del turismo. ¿Se había convertido en un parque temático? Surgieron ideas (incluso desde el gobierno) para limitarlo, establecer cuotas o controlarlo. Era un debate común a ciudades como Barcelona o Venecia, pero concentradísimo.

Resaca. Hoy, frente al abismo de la recesión, el estancamiento del turismo tiene otro matiz: era una fuente de riqueza inmediata y abundante, y su ralentización puede agravar los problemas económicos de Islandia. Su caso ilustra las contradicciones inherentes al turismo masivo: desnaturaliza a las ciudades y encarece la vida a sus vecinos, pero también reactiva economías que de otro modo languidecerían.

Islandia es un ejemplo extremo y muy particular. Es probable que hubiera alcanzado su pico (tanto por absorción como por tendencia). Pero sirve de referencia para los gobiernos locales o nacionales que busquen atajar el problema de tener demasiados turistas.

Imagen: Radek/Unsplash

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