"Mensaje del hijo idiota": la historia que mejor resume el gran autoengaño que supone el Brexit

Brexit Culpa
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Hace exactamente seis meses, una eternidad dados los acontecimientos que llegaron más tarde, Reino Unido firmaba su ansiada salida de la Unión Europea. Lo hacía en un contexto de transición. El país ya no forma parte del espacio comunitario, pero aún se adhiere a sus regulaciones y privilegios hasta finales de este año. A partir del 1 de enero de 2021, si ambas partes no firman otra prórroga del periodo transitivo, Reino Unido y la Unión Europea se reconocerán tan ajenos como Bolivia y Vietnam.

Es un hecho largamente deseado por una buena parte de la población británica, pero uno cuyas consecuencias, a tenor de lo sucedido durante los últimos cuatro años, parecen no ponderar en su plena magnitud. Ejemplos los hay a raudales, pero uno ha cautivado a la comunidad digital durante los últimos días. Se trata de un largo hilo escrito por un ciudadano británico-francés residente en el sur de Francia. Las aventuras y desventuras de una familia anglosajona que descubre con espanto el Brexit.

Algunas consideraciones previas para entender mejor la historia. Nuestros protagonistas son tres: un matrimonio presumiblemente pensionista o a las puertas de la jubilación; y su alborotado hijo británico, residente en Reino Unido. Los dos primeros poseen una propiedad en algún punto de Francia y tenían previsto pasar su jubilación allí, disfrutando del clima suave y la rica gastronomía francesa. El narrador del hilo les comunica con tristeza que el Brexit va a desbaratar inevitablemente sus planes.

Es entonces cuando el hijo hace acto de presencia, reclamando y exigiendo una "excepción" para sus pobres padres, que observan arder el sueño de su tranquilo retiro. Todos ellos votaron a favor de la salida de Reino Unido de la Unión Europea. Por lo que su relato es el paradigma del Brexit: una familia de clase media indignada con "Bruselas", partidaria de una idea poderosa pero poco definida y apenas consciente de sus consecuencias reales. Consecuencias que van a descubrir dentro de poco.

Es una parábola sobre todo el país. Dentro hilo:

"Acabo de tener una conversación con una pareja de británicos que tienen una casa de vacaciones cerca de nosotros. Votaron a favor del Brexit y no han preparado nada para lo que sucede el 1 de enero. Acaban de descubrir la realidad de su situación. La culpa aparentemente es de Bruselas", explica a modo de introducción.

El matrimonio habla con él por su condición de británico. Pero hay truco: "Siempre han asumido que soy británico y sólo muy recientemente descubrieron que tengo la doble nacionalidad. Cuando se lo conté y les revelé que todos mis derechos europeos estaban protegidos me respondieron que aquello era 'muy injusto' y 'típico de la Unión Europea'". Es una tónica común. Cuando aparece el hijo por primera vez, su mensaje es similar: "¿Es verdad lo que esos bastardos de Bruselas le están haciendo a mis padres? Ya veremos. No tienen derecho a tratarnos así".

El problema: la pareja tenía previsto mudarse permanentemente a Francia en unos cinco años, cuando él se jubilara. Pero ya no podrán al perder la libertad de movimientos garantizada para todos los ciudadanos de la Unión Europea. "Tendrán que vender", explica. Al descubrirlo, el hijo moviliza sus recursos: "Cree que la Unión Europea está abusando de sus padres y siendo vengativa hacia el pueblo británico porque están celosos del Brexit. Mi única respuesta: 'Bien, vale?".

Aclarada la premisa, el relato se centra cada vez más y más en las reacciones dispares de padres e hijo. Los primeros un tanto resignados, alicaídos y ajenos a la causa de su desgracia (su propio voto); el segundo, enérgico, indignado, dispuesto a mover cielo y tierra por unos derechos que poseía y decidió arrojar por la borda. "He recibido otra llamada, esta vez del hijo. Ha decidido venir la semana que viene para 'arreglar este asunto con el alcalde'. Le he intentado explicar que esto no tiene nada que ver con nuestro alcalde y que se debe a que el Reino Unido ha salido de la UE. Me ha dicho que no votó Brexit para esto".

La pareja toma cartas en el asunto. "Están muy furiosos", desarrolla nuestro narrado a cuenta de un correo electrónico que le han enviado. "Sienten que les han mentido (no estoy seguro si se refieren a mí o al gobierno británico) y que quieren una compensación (de nuevo, no estoy seguro de quién). Quieren que yo escriba una carta confirmando que no tenían ni idea sobre los efectos del Brexit". Entre tanto, el hijo confirma que aparecerá por allí.

Un día después los acontecimientos se enredan, mientras las motivaciones y los deseos de la pequeña familia se aclaran: "Habiendo leído el correo en detalle durante el desayuno puedo entrever ahora algunas ideas: quieren que alguien les compense; no saben cuánto quieren; no saben por qué deberían tener derecho a ello; no saben quién debería pagarles. Sólo saben que no es su culpa (por algún motivo)". El hijo, tras llamarle la noche de antes algo borracho, se disculpa y planifica su viaje.

También le plantea algo inusual: si el asunto del alcalde pudiera ser "arreglado" con un "buen trago" y si estaba abierto a un "acuerdo". En esencia, si era posible sobornarle. "Le he dicho que el alcalde no es con quien debe hablar y que esto es un asunto de la Unión Europea. Le he sugerido que contacte con Ursula von der Leyen. Me ha preguntado si tengo su número". Von der Leyen es la presidenta de la Comisión Europea.

Llegados a este punto, conviene aclarar un asunto. El drama de la pareja británica es real, como lo será dentro de poco el de millones de "expatriados" ingleses viviendo en Alicante. A partir del 1 de enero pierden la libertad de movimientos que les garantizaba su ciudadanía europea. Esto significa que deben solicitar un visado al país donde piensen alojarse más de tres meses, en este caso Francia (y sólo para un año). Para acceder al visado se deben probar que se tiene viabilidad financiera y que se dispone de un seguro médico privado.

Son condiciones muy estrictas que obligan a unos ingresos inasumibles para millones de familias británicas de clase media-baja que residen en otros países europeos. En especial por el seguro privado. La imposibilidad de cumplir los requisitos (uno de los puntos clave de toda la campaña del Brexit, por cierto) provoca que nuestro matrimonio tenga que vender la casa. No podrán vivir en Francia. No podrán cumplir su sueño. Dentro de la Unión Europea habrían podido.

Un visado inesperado

¿Problema? La campaña a favor del Brexit fue deshonesta. No se informó a sus ciudadanos de las consecuencias reales de abandonar la UE. Sus votantes deseaban restringir el libre flujo de inmigrantes hacia las islas... Pero no de las islas hacia el resto del continente, como evidentemente terminaría sucediendo. Lo verbaliza el padre en otro correo: "Nos sentimos muy injustamente tratados. Hemos pagado nuestra taxe d'habitation y tenemos nuestros derechos. Los franceses no deberían tener permitido hacer esto, por favor, ayúdanos en nuestra batalla".

Miles y miles de británicos predijeron este escenario, así que optaron por exprimir su árbol genealógico o sus derechos de residencia para acceder, antes de la salida definitiva, a una nacionalidad dentro del continente. No es el caso de esta familia. Finalmente, el hijo logra cerrar una reunión con el alcalde de la localidad francesa donde aspira a vivir la pareja. Todo adopta un tono típicamente francés: "Para añadir un cierto je ne sais quoi, el alcalde sólo hablará en francés durante la reunión. Sé que el hijo idiota sólo habla inglés. Me he ofrecido a traducir la conversación".

El vástago representa el contrapunto al votante Leaver: frente al conservador envejecido y rural que pasas sus vacaciones en Benidorm, el joven estudiado y arrogante, muy nacionalista, que considera su nacionalidad un mero instrumento para conseguir lo que siempre desee por derecho histórico. Nada se antepone ante la grandeza británica. Mucho menos un alcalde francés: "Nuevo mensaje del hijo idiota. Si todo esto pudiera arreglarse el viernes me dice que nos invitará a una 'muy buena cena'. No sé si está en los poderes de un alcalde regional arreglar el Brexit, pero veremos. Es un tipo listo".

Aparece un nuevo personaje. Se trata del jefe del "hijo idiota". Reclama al narrador la confirmación de que su ausencia del trabajo se debe a "un asunto familiar urgente". El hijo le ruega que lo confirme. Trabaja en un taller de neumáticos. "He llamado a su jefe y le he contado la verdad", explica, "que estoy intentando ayudar a sus padres y que desea reunirse con un alcalde francés para obtener una excepción para sus padres a partir del Brexit". "Siempre ha sido un puto memo", responde su superior.

El relato se acerca a su fin. El hijo agradece al mediador su colaboración y le pregunta si necesita algo del Reino Unido (HP Sauce, responde). Entre tanto, el alcalde se prepara. Se acerca a la familia británico-francesa y les ofrece un pequeño aperitivo. Confiesa que su oficina está trabajando en este asunto y que no sabe cómo lograrán mantener un rictus serio cuando "ya sabes quién" (el hijo) aparezca por allí este viernes. Una de sus trabajadoras ha cambiado su día libre sólo para presenciar el acontecimiento.

La familia envía un último correo. "Han conseguido un abogado y es presumiblemente de la escuela de Derecho Lionel Hutz (por el personaje de los Simpson) dado que considera que no hay motivos para que una excepción individual a las reglas del Brexit no pueda aplicarse a la pareja". El hijo insiste en el arreglo, ofreciendo tickets para los partidos del Seis Naciones (aplazados por el coronavirus) al alcalde. "Le he advertido que sobornar a un cargo público en Francia es un asunto serio. Me ha respondido que 'a los franceses siempre les ha gustado una pequeña comisión, así se hizo el túnel del canal'".

A falta de la reunión del viernes, la historia termina aquí. Más allá de las particularidades, de la posible fabulación por parte del narrador y de los casos individuales, si algo revela el relato es hasta qué punto el Brexit va a truncar la vida de millones. Sin libertad de movimientos, lo que antes era un derecho consagrado (y lo sigue siendo para el resto de europeos), ahora se convierte en un trámite pesadillesco, plagado de condiciones económicas imposibles de cumplir.

Algo indignante, en efecto. Algo no previsto por muchos votantes británicos que simplemente se adhirieron a un discurso simplista sobre la Unión Europea. Pero algo que podía pasar, que era factible. Como finalmente será. El Brexit es en muchos sentidos la historia de un autoengaño, la negación permanente a asumir la responsabilidad sobre los actos propios. Una fabulación que tiene consecuencias amargas.

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