Llevamos siglos diseñando nuestras casas para que mantengan el calor. Ahora el calor es un enorme problema

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“El 80% de los edificios en los que vamos a vivir en 2050 ya están construidos”, afirma el gabinete de comunicación de Sadiq Khan, el alcalde de Londes. Y eso, a ojos de este equipo, es un problema.

El cambio de paradigma. Reino Unido ha empezado a preocuparse por esa misma cosa que estamos experimentando en los últimos tiempos en los países del sur de Europa: pese a que la arquitectura lleva décadas trabajando por una mayor eficiencia en nuestros edificios para prevenir ese enorme problema de salud pública y de gasto energético que es el frío en invierno, el cambio climático está haciendo que se le dé la vuelta a la tortilla y que, en determinadas construcciones, ya sea más preocupante el calor del verano.

Del Olimpo al averno: Bloomberg pone como ejemplo sintomático lo que le está ocurriendo a los propietarios de alguna de las 2.800 viviendas de la Villa Olímpica creada para los Juegos de Londres de 2012. Ya entonces se mantenía ese discurso eco-friendly que tanto hemos visto en esta última década, de construcciones inteligentes extremadamente aisladas del frío, capaces de retener el calor para no tener que poner la calefacción. El resultado es que el verano es insoportable, creando efectos invernaderos en sus amplios salones y haciendo que los londinenses tengan que elegir entre la flama o la oscuridad diurna, algo que no todas las familias se pueden permitir.

Ineficiencia llama a ineficiencia: así, con la frase que colocábamos al principio, se enmarca hacia dónde va el debate. El hecho de que los responsables de la construcción de los edificios de los últimos tiempos se hayan obsesionado con luchar por una preservación del calor en lugar de una adaptación flexible a condiciones climatológicas más extremas (es decir, combatiendo los problemas del presente del cambio climático en lugar de los del futuro próximo), ha potenciado que ahora la gente necesite usar equipos de ventilación y aire acondicionado. Lo que, a su vez y como sabemos, sólo acelerará todo el proceso.

La epidemia del cristal: el comité contra el cambio climático británico advirtió tres años atrás de uno de los grandes males de la arquitectura moderna. Promotores y funcionarios públicos se dejaron llevar por la belleza de unos espacios con mayores cristaleras: casas, hospitales, geriátricos, centros de estudios y todo tipo de edificios comunitarios. Es un fenómeno que ha recorrido todo occidente (también España) en los últimos tiempos. Como consecuencia se ha promovido un tipo de espacio muy hermoso pero muy poco adaptado a las necesidades climatológicas del mañana hoy.

Al solecito mediterráneo: por supuesto, el drama isleño le suena a risa a los países del sur. Los británicos lloran porque esta década, que ha tenido ella sola 10 de los 18 veranos más calurosos de la historia desde que hay registros, ha marcado que había hogares que excedían los 28ºC más de un 1% de su tiempo (el resto del tiempo muy por debajo de esas cifras). Por comparar, entre las 12 y las 6 de la tarde en el último verano los hogares españoles han ostentado una temperatura interior media de 26.6ºC. En España ya hay más casas no aptas para la convivencia idónea en verano (4.5 millones) que en invierno (3.3 millones).

La OMS dice que las viviendas deberían estar a entre 18º y 22º para que no haya deficiencias sanitarias, como la cada vez más extendida deprivación de sueño, que ya se está cargando más del 3% del PIB de países como Italia o el nuestro a cargo de una menor productividad.

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