La FIFA no quería que la política empañara el Mundial de Qatar. Ha conseguido exactamente lo contrario

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El Mundial se celebra cada cuatro años, y es un evento que despierta orgullo y emoción en todos los países invitados. La atención del mundo se centra ahora un torneo que acapara las portadas deportivas y las redes sociales. Pero los problemas éticos y políticos que giran en torno a este Mundial han restado parte de ese entusiasmo. Si bien muchos prefieren creer que el deporte es inmune a los problemas sociales, políticos y culturales (y simplemente lo ven como una vía de escape de la rutina), en realidad no lo es. Y lo estamos viendo en Qatar.

Se suponía que este Mundial anunciaría la llegada de Qatar, que ya era una potencia económica, al mundo occidental como un compañero cultural y político legítimo. Pero ha pasado todo lo contrario. En un colosal fracaso, todo lo que se ha logrado es centrar la atención en el trato abusivo del país hacia los trabajadores migrantes y la represión de las personas LGBTQ+. El choque cultural que se vive estos días en el torneo es imposible de negar.

Lo primero, ¿Por qué Qatar? Han pasado 12 años desde que Qatar ganó los derechos para albergar la competición, algo que parecía imposible en ese momento. Primero, por la limitada historia futbolística del país. Segundo, por el alto coste y el clima caliente. Y tercero, por su dudoso historial de derechos humanos. Pero el dinero manda y, como consecuencia, el presidente de la FIFA renunció. Desde entonces, varios gobernadores han admitido que otorgarles el torneo fue un error garrafal.

Tenían las de perder desde el principio.  Desde el principio surgieron tensiones alrededor de los derechos LGBTQ+. La FIFA ha adoptado los Principios Rectores de las Naciones Unidas sobre las Empresas y los Derechos Humanos, que exigen que "evite infringir los derechos humanos de los demás". Sin embargo, en la constitución de Qatar basada en la sharia, la homosexualidad es un delito punible con prisión. Según un informe de Human Rights Watch, los servicios de seguridad del país detienen y golpean a miembros de la comunidad LGBTQ+  y los someten a tratamientos obligatorios de "terapia de conversión".

Qatar prometía una "Copa del Mundo para todos", pero luego podíamos ver a un embajador importante del torneo diciendo que la homosexualidad es un "daño mental", así que la inclusividad publicitada parecía un engaño. Es por eso que llevamos semanas viendo un boicot generalizado por parte de muchas celebridades y asociaciones que se han negado a ir al Mundial este año o promoverlo.

Las dudas sobre su construcción. El trato a los trabajadores extranjeros que emigraron a Qatar para construir la infraestructura del Mundial sigue generando dudas. El año pasado, The Guardian publicó un informe que explicaba que entre 2010 y 2020, una media de 12 trabajadores migrantes de India, Pakistán, Nepal, Bangladesh y Sri Lanka murieron por semana mientras trabajaban en proyectos relacionados con el torneo en Qatar.  El país defiende que la mayoría de muertes fueron por causas naturales, pero lo curioso es que todos estos eran hombres jóvenes relativamente sanos, y las muertes incluyen caídas de andamios y no golpes de calor.

Adiós a la bandera arcoíris. La dura postura del país sobre lesbianas, gays, bisexuales y transgénero (LGBTQ+) está en boca de todos. La Constitución de Qatar designa al Islam como la religión del estado y la ley islámica como la principal fuente de legislación. Es por eso que la actividad sexual entre personas del mismo sexo está prohibida por el Código Penal de Qatar y conlleva hasta siete años de prisión. Como resultado, periodistas, jugadores y aficionados se han visto envueltos en una serie de incidentes por su ropa con los colores arcoíris.

Siete capitanes de selecciones habían planeado usar los brazaletes OneLove. Sin embargo, un veredicto de la FIFA amenazaba con tarjetas amarillas si los usaban. En un comunicado, las siete asociaciones de fútbol dijeron que no iban a sacrificar el éxito en el campo por la iniciativa y que no los usarían. La FIFA también rechazó la solicitud de la selección belga de usar una camiseta con una etiqueta de "Amor" combinada con un color arcoíris. Y a Grant Wahl, un periodista, se le negó la entrada al partido de inauguración porque llevaba una camiseta con la bandera LGBTQ+.

El silencio de la selección de Irán. Tan política se ha convertido la competición que incluso la selección de Irán se negó a cantar su himno nacional antes del partido inaugural en una muestra de apoyo a las protestas masivas que se viven en su país después de que muchos fans acusaran al equipo de ponerse del lado de la violenta represión estatal en los disturbios. Las protestas, que exigen la caída de la teocracia musulmana chiíta gobernante, se han apoderado de Irán desde la muerte en septiembre de una joven llamada Mahsa Amini después de su arresto por violar el estricto código de vestimenta islámico.

Japoneses limpiando estadios. Quizás más gracioso fue ver a los aficionados japoneses limpiando un estadio después de un partido en el que  su equipo ni siquiera compitió. Después del Qatar-Ecuador, vestidos con los colores nacionales de Japón se quedaron atrás para recoger las botellas y desperdicios que quedaban en los asientos. Su acto de buena voluntad quedó grabado por el influencer bahreiní Omar Al-Farooq. Cuando este les preguntó qué los llevó a limpiar el campo, respondieron: "Somos japoneses, no dejamos basura atrás y respetamos el lugar".

Sin una gota de cerveza. Pero la guinda del pastel se la lleva todo el lío del alcohol, que se está convirtiendo en todo un problema en Qatar. Tal y como hemos comentado en Magnet durante estos días, es la primera competición de semejante envergadura celebrada en un país de mayoría musulmán, donde el alcohol está prohibido para los ciudadanos, al igual que su consumo en las calles. Aún cuando se pensaba que los aficionados y visitantes iban a poder hacerlo en lugares apartados, el país ha decidido que se prohibirá la venta de cerveza en los puntos que había designados, aumentando las tensiones entre los patrocinadores, la FIFA y Qatar.

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