La vida tras la muerte: cómo el regreso de la fauna ayuda a curar las heridas en zonas de guerra

La vida tras la muerte: cómo el regreso de la fauna ayuda a curar las heridas en zonas de guerra
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En el lugar donde antaño el Telón de Acero separaba Europa a base de alambre de espino ahora prospera toda una red de espacios naturales donde habitan osos, lobos y linces. Conmemorando los 100 años del fin de la Primera Guerra Mundial, la gente se pone amapolas para evocar los vastos campos de flores rojas que crecieron sobre la carnicería de los campos de batalla de Europa. Una vez que el conflicto humano ha terminado, el regreso de la naturaleza a los paisajes estériles se convierte en un símbolo de paz.

Se trata de tragedias que obligan a la gente a desplazarse de sus casas, pero que pueden hacer que la naturaleza ocupe su lugar.

Aunque la repoblación de la fauna normalmente obedece a una decisión activa, como puede ser la reintroducción de lobos en el Parque Nacional de Yellowstone, la tierras rurales abandonadas a menudo se llenan de vida silvestre por sí solas. En la actualidad, con la despoblación de las zonas rurales debido a la emigración a las ciudades se ha producido una repoblación de fauna accidental que ha supuesto la vuelta de grandes depredadores a algunas zonas europeas mucho después de que casi se extinguieran.

Cambios repentinos, como el desastre de la central nuclear de Chernóbil en 1986, hacen que la fauna recolonice zonas de exclusión en zonas previamente desarrolladas. La guerra también puede provocar la exclusión humana, algo que puede beneficiar a la vida silvestre en condiciones específicas. El aislamiento y el abandono pueden hacer que aumente y se recupere la fauna salvaje, algo que se ha podido observar tanto en ecosistemas terrestres como acuáticos.

El vínculo entre guerra y vida salvaje

Los bancos de peces en el Atlántico Norte se beneficiaron de la Segunda Guerra Mundial al reducirse drásticamente el número de flotas pesqueras. Los buques pesqueros fueron requisados por la marina, se reclutaron marineros y los riesgos de la pesca debido a los ataques enemigos o a la minería subterránea disuadieron a los pescadores de aventurarse a salir a faenar.

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Cuando los humanos se van, aparece la fauna. Así sucedió en los alrededores de Pripyat. (Jorge Franganillo/Flickr)

Como resultado, se crearon "áreas de protección marina" durante varios años en el Océano Atlántico. Después del enfrentamiento, armados con barcos de arrastre más rápidos y grandes equipados con nuevas tecnologías, los pescadores registraron fortunas en capturas. Una consecuencia más perturbadora guerra: permitió que prosperaran especies oportunistas como el tiburón oceánico de punta blanca, puesto que los restos de víctimas humanas en el mar resultaron ser una fuente de alimento rica y abundante.

Los pecios de los buques de guerra también pasaron a ser arrecifes artificiales en el fondo del mar y siguen contribuyendo a la abundancia de fauna marina en la actualidad. Los 52 buques de guerra alemanes capturados que fueron hundidos durante la Primera Guerra Mundial entre el territorio continental de las Islas Orcadas y las Islas del Sur, frente a la costa norte de Escocia, son ahora florecientes hábitats marinos.

Las zonas de exclusión o "tierras de nadie" que surgen tras las batallas también pueden ayudar a la recuperación de los ecosistemas terrestres mediante la creación de reservas de vida silvestre de facto. Especies que anteriormente estaban en peligro de extinción, como el leopardo persa, han restablecido su número en la escarpada frontera norte entre Irán e Irak.

Perro Chernobil
Un perro de Chernóbil. (Jorge Franganillo/Flickr)

Un asentamiento precario de posguerra puede endurecer las fronteras con vastas áreas donde está prohibida la entrada de personas. La zona desmilitarizada de Corea es una franja de tierra de 4 km por 250 km que separa las dos Coreas desde 1953. Para los humanos es uno de los lugares más peligrosos de la Tierra, con cientos de miles de soldados patrullando sus bordes, pero para la vida salvaje es una de las áreas más seguras de la zona.

A día de hoy, la zona es el hábitat de miles de especies que se han extinguido o están en peligro de extinción en en el resto de la península coreana, como es el caso del goral de cola larga.

Resulta milagroso que incluso los hábitats marcados por las armas de destrucción más horribles puedan prosperar como lugares donde el acceso humano está excluido o fuertemente regulado. Áreas previamente utilizadas para pruebas nucleares, como las Islas Marshall en el Océano Pacífico han sido recolonizadas por corales y peces, que parecen estar prosperando en el cráter del atolón Bikini, declarado un páramo nuclear después de las pruebas de bombas nucleares en las décadas de 1940 y 1950.

La guerra no es buena para nadie

A pesar de todas las peculiaridades que se han producido a causa del abandono de regiones, la guerra perjudica de forma devastadora tanto a las comunidades humanas como a los ecosistema. Un análisis del impacto de los conflictos humanos sobre los ecosistemas en África mostró una disminución general de la fauna salvaje entre 1946 y 2010. Tras la guerra, las poblaciones naturales tardaron en recuperarse o se paralizaron por completo, puesto que las dificultades económicas hacían que no hubiera dinero para conservación de la fauna.

A menudo las personas siguen evitando las "tierra de nadie" debido a la presencia de minas terrestres. Pero estos artefactos no distinguen entre soldados y animales salvajes, particularmente en el caso de mamíferos grandes. Se cree que los explosivos residuales en zonas de conflicto han hecho que algunas especies amenazadas se encuentren más cerca de la extinción.

Sin embargo, en la medida de lo posible, la repoblación accidental de la fauna causada por la guerra puede ayudar a la reconciliación de la gente una vez que ha acabado la lucha, poniendo naturaleza donde la guerra había traído aislamiento. Existe la esperanza de que si Corea se reunifica, un área de protección permanente podría establecerse dentro de los límites actuales de la zona desmilitarizada, permitiendo que el ecoturismo y la educación reemplacen a la enemistad.

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El leopardo persa vivió un pequeño repunta gracias a la guerra entre Irán e Irak. (Pixabay)

Iniciativas de este tipo ya han tenido éxito en otras partes del mundo. El Cinturón Verde de Europa es el nombre del corredor natural que recorre el antiguo Telón de Acero que en su día dividió el continente. Iniciado en la década de 1970, este proyecto se ha extendido a lo largo de la frontera de 24 estados y hoy en día es la red ecológica de este tipo más larga y más grande del mundo. En este proyecto los cráteres de las minas han sido reemplazados por estanques y los bosques y las poblaciones de insectos han crecido gracias a la ausencia de agricultura y el uso de pesticidas.

En aquellos lugares donde la guerra aísla y restringe el movimiento humano, la naturaleza parece prosperar. Si como especie humana aspiramos a vivir en un mundo pacífico sin guerras, debemos esforzarnos por limitar nuestras propias intrusiones en los paraísos naturales donde, irónicamente, la guerra humana ha creado y nutrido un legado positivo a partir de una historia trágica.

The Conversation

Autor: Antonio Uzal, Nottingham Trent University.

Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.

Traducido por Silvestre Urbón.

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