Cómo el primer (y desastroso) hotel flotante del mundo acabó oxidándose en Corea del Norte

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Te desperezas y levantas de la cama en un soleado día de julio de vacaciones. Al mirar por la ventana de tu habitación, tus ojos se bañan de la luz de la Gran Barrera de Coral australiana en la que estás inmerso. Si inclinas la vista, sólo un par de objetos interrumpen la gran mancha azul infinita: un bar tropical, un helipuerto y una pista de tenis. Sí, en mitad del océano.

El John Brewer Floating Hotel fue el primer hotel flotante de la historia de la humanidad. Un proyecto salvaje fruto de la mente de un visionario que, como veremos, soñó con la conquista de los elementos antes de que el desarrollo de la ingeniería civil posibilitase materializarlo con éxito.

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De alguna forma en algún punto a finales de los 80 Doug Tarca, australiano, empresario hecho a sí mismo que había empezado desde lo más bajo del submarinismo y amante de los arrecifes (o negligente expoliador de los mismos, según a quién preguntes), consiguió que su proyecto fuese licenciado por la cadena hotelera de lujo Four Seasons.

Sueños imposibles de arrecifes y borracheras tropicales

El presupuesto inicial de 10 millones de dólares acabó transformándose en un agujero de 40 para la compañía sueca que financió la empresa, construida en los astilleros singapurenses. Pero todo ello era poco comparado con el inconmensurable privilegio de conseguir que selectos viajeros pudiesen bucear por los hermosos fondos marinos a cualquier hora para, acto seguido, poder tomarse un daiquiri o echar un partido de dobles.

¿Cómo lo consiguieron? Aplicando los mismos conocimientos empleados para la construcción de plataformas petroleras de la época, muy deficientes con respecto a las actuales. Ningún hotel flotante desde entonces ha empleado ese sistema. El John Brewer estuvo listo para marzo de 1988: un hotel de siete pisos y 200 habitaciones más un complejo turístico al que, a los elementos que ya hemos mencionado antes, se le suman piscina, sala de fiestas, biblioteca y otras bicocas. Pese a que se han edificado floteles más grandes en las décadas posteriores, su envergadura sigue siendo de las más colosales, pasadas y presentes, vistas en este tipo de construcciones. Los aussies llenaron año y medio de agenda del curioso destino.

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En su momento a no mucha gente pareció importarle los profundos daños que el entramado provocó en el ecosistema marítimo de una zona considerada Patrimonio de la Humanidad y que a día de hoy se enfrenta a múltiples amenazas medioambientales.

El hotel no estaba equipado con la tecnología estabilizadora de los barcos modernos, algo que divertía a algunos pasajeros mientras a muchos otros les provocaba mareos constantes. "Me enteré de que el personal tenía una botella de bourbon vacía atada en el techo de sus habitaciones”, explica Robert de Jong programador del Museo Marítimo de Townsville que ahora expone un ciclo sobre la historia de esta empresa, “a la botella la llamaban el resacómetro”.

Y entonces sucedió: un ciclón tropical. La madre naturaleza dañó todos los espacios anexos a la construcción principal, especialmente la piscina, y destruyó muchos de los barcos de los visitantes, con lo que su retorno a tierra se hizo un poco complicado.

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Y lo más increíble de todo: al poco tiempo de abrir sus puertas los responsables descubrieron que habían colocado su flotel sobre un yacimiento de munición de la Segunda Guerra Mundial, incluidas minas antitanques y obuses. Las reservas canceladas empezaron a acumularse, y en poco más de un año el John Brewer Floating Hotel cerró sus puertas. Pese a su breve y agitada vida, o quizás precisamente por ello, muchos australianos que pasaron tiempo en el buque mantienen un dulce recuerdo de sus días a bordo. Hay quien dice que se ha generado todo un culto local en la región de Townsville alrededor de su historia.

El hotel peregrino, la propaganda que no puso ser

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El Saigon Floating Hotel.

Lo bueno de prescindir de cimientos es que ningún destino es definitivo. Una vez Doug Tarca murió y quedó fuera del mando, los nuevos dueños pusieron rumbo a Vietnam. El país estaba entonces viviendo un boom turístico postbélico. Se lo rebautizó como el Saigon Floating Hotel, ya atracado en una bahía, y mantuvo allí una próspera década como escenario de entretenimiento nocturno hasta que sus finanzas volvieron a hacer aguas.

Siguiente y última parada: Corea del Norte. ¿Por qué se llevó un hotel de cinco estrellas a 4.000 kilómetros de distancia y a una de las zonas ya por entonces, en los años 2000, más deprimidas del planeta? Para permitir la escenificación de una tregua. En aquella época hubo una pequeña descongelación de las tensas relaciones entre el norte y el sur, y el país dictatorial buscaba unas instalaciones de lujo tanto para que los sureños contemplasen la gloriosa existencia de sus vecinos como para permitir el reencuentro entre familias largamente separadas durante la posguerra. El Saigon Floating Hotel se transformó en el Hotel Haegumgang.

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Haegumgang Hotel en una toma reciente.

El deshielo no duró mucho, algo se dice sobre el incidente entre un centinela del régimen de Kim Jong-il y una turista muerta, y los millones de dólares surcoreanos que entraban en el viejo bote dejaron de llegar. Veintipico años después de que iniciase su andadura (o mejor dicho, su flotadura), el Haegumgang carecía de la fastuosidad propia de un Four Seasons. En 2013 funcionarios del gobierno advirtieron “severos problemas” de seguridad. Pese a ello, el fantasmagórico edificio siguió alojando a algunos grupos turísticos.

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Ahí sigue, como muestra Google Maps.

Puede que estemos ante los últimos días del Haegumgang. La Agencia de Noticias Central Coreana oficial de Pyongyang publicó que Kim había dicho públicamente que las instalaciones del resort eran “destartaladas” y que su arquitectura carecía de ese “carácter nacional” con el que identificamos el resto de obras del país, el brutalismo funcional. El líder ordenó la demolición y la eliminación del ala sur para adaptarlo a su particular espíritu.

Como el coronavirus se ha colado en prácticamente todas las capas de la realidad, también en este caso ha afectado a esta pila de chatarra, posponiendo indefinidamente los planes de renovación. Puede que los hoteles flotantes ya no sean una fantasía inalcanzable, o que los cruceros modernos hayan dejado en evidencia las capacidades ingenieras del ser humano, pero la saga del John Brewer Floating Hotel sigue siendo una de las más estimulantes de alta mar.

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