El greenwashing es ubicuo. Esta IA lo ha demostrado analizando 800 grandes empresas

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Leyendo la prensa salmón reciente pareciera que todas las empresas se han vuelto verdes de repente. Pasa incluso con aquellas cuya actividad parece de todo menos ecológica. Desde las compañías petroquímicas hasta las marcas indies de ropa de Instagram, todo lo que compramos es ya, en cierta medida, eco-conscious. Poco más que un engaño publicitario, como ahora hemos podido comprobar.

ClimateBert, peinando la responsabilidad corporativa. Esta herramienta de inteligencia artificial fue creada recientemente por académicos suizos y alemanes para analizar la profundidad del compromiso ecológico que 818 empresas de todo tipo (energéticas, inmobiliarias, financieras, transporte, etc) habían firmado. El Grupo de Trabajo para la Divulgación Financiera Relacionada con el Clima (TCFD), respaldado por el Consejo de Estabilidad Financiera y promovido por Mark Carney, ex gobernador del Banco de Inglaterra, es la institución detrás del marco bajo el que cientos de compañías de todo el mundo se adscriben para proveer información relevante a inversionistas, prestamistas y demás en lo tocante a su desempeño climático. Una especie de sello verde de inscripción voluntaria para garantizar que sus operaciones e inversiones son sostenibles. La IA ha sido creada por el mismo TCFD para analizar si sus acuerdos de compromiso estaban siendo eficaces, y han visto que no es así: la mayoría de firmantes son unos charlatanes.

¿Qué trabajo ha tenido que hacer ClimateBert para comprobar que el apoyo al TCFD ha sido puro greenwashing? Rastrear los informes anuales, las declaraciones corporativas y otros materiales como puedan ser los blogs corporativos para evaluar todo lo que decían relacionado con el clima y medir el desempeño real de sus promesas al respecto, así como aprender a traducir el lenguaje vago y difuso de este tipo de comunicaciones para saber qué estaban diciendo en realidad. Pese a que las empresas tienden a echarse muchas flores climáticas en sus declaraciones, al ir a los datos faltan hechos que los respalden.

Los investigadores ponen un ejemplo: Microsoft, Alibaba, American Express y muchas otras empresas tienen ufanos programas de plantación de millones de árboles, pero la mayoría no tienen en cuenta el tiempo que tarda un árbol en crecer y dan por hecho que los volúmenes de CO2 ahorrados por unidad plantada son los de un árbol ya desarrollado. Además, muchos no especifican el tipo de árbol utilizado, y, dado que hay vastas diferencias entre lo que procesa un arce frente a un pino, podrían estar propasándose en su medición de ganancias.

¿Qué es lo que estaba fallando para que el TCFD fuese efectivo? Estas son, para el robot, las tres grietas por las que se está filtrando la eficiencia. Primero, a día de hoy el lavado de cara verde o greenwashing está desregulado, así que las compañías pueden decir lo que quieran, incluso falsedades, con bastante impunidad, lo que se ejemplifica en que la información de sostenibilidad que más tienden a divulgar es aquella que es irrelevante acerca de su modelo de negocio. Segundo: que, por paradójico que suene, los acuerdos de París obligaron a las empresas a reportar mejor la información ecológica, lo que ha llevado a un ocultamiento de la información para limitar el daño a la reputación de la marca. Por último: a excepción de Francia, las obligaciones en torno a la comunicación climática corporativa son casi inexistentes, por lo que las empresas tienen bastante libertad acerca de lo que quieren contar y lo que no. En ese sentido, esta exposición pública de ClimateBert auspiciada por el propio TCFD sirve tanto de tirón de orejas como para refrendar la validez de su institución para seguir comandando la comunicación verde empresarial.

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